
EL SACERDOTE Y EL CANON DE LA SANTA MISA, O PLEGARIA EUCARÍSTICAColumna de teología litúrgica dirigida por Mauro Gagliardi
ROMA, viernes 5 de marzo de 2010
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El corazón y culmen de la Santa Misa
La Plegaria Eucaristíca, conocida en la tradición oriental como Anaphora (“ofrenda”), es verdaderamente el “corazón” y el “culmen” de la celebración de la Santa Misa, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica [1]. En la tradición romana, la Plegaria Eucaristíca tomó el nombre de Canon Missae (“Canon de la Misa”), expresión que se encuentra en los primeros Sacramentarios y que se remonta al menos al papa Vigilio (537-555), el cual habla de la prex canonica [2].
La Anáfora o Canon es una larga oración que tiene forma de acción de gracias (eucharistia), conformada al ejemplo de Cristo mismo durante la Última Cena, cuando Jesús tomó el pan y el Cáliz y “dio gracias” (Mt 26,27; Mc 14,23; Lc 22,19; 1Cor 11,23). San Cipriano de Cartago (muerto en 258), uno de los testigos más importantes de la tradición latina, proporcionó una formulación clásica del vínculo inseparable entre la celebración litúrgica y el acontecimiento de la institución de la Eucaristía en el Cenáculo, cuando enfatizó que el celebrante debe imitar de cerca los actos y las palabras que el Señor usó en aquella ocasión, y de los cuales depende la validez de los sacramentos [3].
El Santo Padre Benedicto XVI expresó esta verdad esencial de la fe en una homilía pronunciada en París, durante su Visita Apostólica de 2008:
“El pan que partimos es comunión con el Cuerpo de Cristo; el cáliz de acción de gracias que bendecimos es comunión con la Sangre de Cristo. Extraordinaria revelación que proviene de Cristo y que se nos ha transmitido por los Apóstoles y toda la Iglesia desde hace casi dos mil años: Cristo instituyó el sacramento de la Eucaristía en la noche del Jueves Santo. Quiso que su sacrificio fuera renovado de forma incruenta cada vez que un sacerdote repite las palabras de la consagración del pan y del vino. Desde hace veinte siglos, millones de veces, tanto en la capilla más humilde como en las más grandiosas basílicas y catedrales, el Señor resucitado se ha entregado a su pueblo, llegando a ser, según la famosa expresión de San Agustín, "más íntimo en nosotros que nuestra propia intimidad" (cf.Confesiones, III, 6.11)” [4].
Las palabras concretas del “agradecimiento” de Cristo – excepto las de la institución, con las cuales el Señor estableció el Sacrificio de la Nueva Alianza – no nos han sido transmitidas y por ello dentro de la Tradición Apostólica se ha desa-rrollado una variedad de ritos que están históricamente asociados con las sedes primadas más importantes, que se nombran en el sexto canon del Concilio de Nicea (325): Roma, Alejandría, Antioquía y, un poco más tarde, Bizancio [5].
Elementos esenciales de la Plegaria EucarísticaLos elementos esenciales de la Plegaria Eucarística se presentan sintéticamente en el Catecismo:
- En el Prefacio, “la Iglesia da gracias al Padre, por medio de Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación, la redención y la santificación. De este modo toda la comunidad se une a la alabanza incesante que la Iglesia celeste, los ángeles y todos los santos cantan al Dios tres veces Santo” [6].
- En la Epíclesis, la Iglesia “ora al Padre para que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su bendición) sobre el pan y el vino, para que se conviertan, por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo y para que aquellos que participan en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu (algunas tradiciones litúrgicas sitúan la epíclesis tras la anámnesis)” [7].
- En el corazón de la Plegaria Eucarística, es decir, en el relato de la institución, “la eficacia de las palabras y de la acción de Cristo, y el poder del Espíritu Santo, hacen sacramentalmente presentes bajo las especies del pan y del vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido ofrecido en la cruz de una vez por todas” [8].
- Al relato institucional sigue la anámnesis, en la que “la Iglesia hace memoria de la Pasión, de la Resurrección y de la Vuelta gloriosa de Jesucristo; ésta presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con él” [9].
- En las intercesiones, se “manifiesta que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en la comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos, y todos los obispos del mundo con sus Iglesias” [10].
Desde la antigüedad tardía hasta la reforma litúrgica efectuada tras el Concilio Vaticano II, el Canon Missae era la única Plegaria Eucarística del Rito Romano, y es aún así para la forma extraordinaria de este rito, celebrada de acuerdo con el Missale Romanum de 1962. En la editio typica del Misal, publicada en 1970, el Canon Romano se ha conservado con algunas modificaciones secundarias (y con la reducción de los gestos ceremoniales) como la primera de cuatro Plegarias Eucarísticas. Las nuevas Plegarias Eucarísticas contienen elementos tanto de la tradición latina como de las orientales. Sucesivamente se han añadido al Misal aún otras Plegarias Eucarísticas.
El Canon Missae se remonta a la segunda mitad del siglo IV, periodo en el que la liturgia latina romana comenzó a desarrollarse plenamente. En su De Sacramentis, que consiste en una serie de catequesis dirigidas a los nuevos bautizados en torno al año 390, san Ambrosio cita de forma extendida pasajes de la Plegaria Eucarística utilizada en ese tiempo en su ciudad [11]. Los pasajes citados representan las primeras formulaciones de las oraciones Quam oblationem, Qui pridie, Unde et memores, Supra quae, y Supplices te rogamus del Canon que se encuentra en los primeros Sacramentarios romanos.
En la más antigua tradición romana, el Canon inicia con lo que nosotros llamamos Prefacio, un acto solemne de agradecimiento a Dios por sus innumerables beneficios, especialmente por su obra de salvación. El Sanctus fue introducido en un momento sucesivo, separando así el Prefacio de las plegarias que siguen. Es una característica propia del Rito Romano que el texto del Prefacio varíe de acuerdo con el tiempo litúrgico o en la fiesta celebrada. Las colecciones más antiguas de Misas recogían diversos Prefacios, que se habían reducido mucho ya al principio de la Edad Media, de modo que el Missale Romanum de 1570 mantenía sólo once. Sucesivamente se añadieron otros, y ciertamente representa una de las ganancias del trabajo más reciente de reforma litúrgica el haber enriquecido el corpus de los Prefacios eligiéndolos de las fuentes antiguas [12].
La plegaria sacerdotal
Como escribió Juan Pablo II en su Carta Apostólica Dominicae Cenae en los primeros años de su pontificado, la Eucaristía es “la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y junto con ella” [13]. La Plegaria Eucarística es verdaderamente la plegaria sacerdotal por excelencia porque, como enseña el Concilio Vaticano II, el sacerdote ordenado “realiza el sacrificio eucarístico en el papel de Cristo y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo” [14]. El sacerdote, que recibiendo el sacramento del Orden ha sido conformado a Cristo Sumo Sacerdote, actúa y habla representando a Cristo Cabeza. Es por esta razón – escribe Juan Pablo II en su última Encíclica Ecclesia de Eucharistia – que “en el Misal Romano está prescrito que sea únicamente el sacerdote en recitar la Plegaria Eucarística, mientras el pueblo se asocia a él con fe y en silencio” [15].
En la consagración de la Eucaristía, el sacerdote ordenado no actúa nunca por sí solo, sino siempre en y con el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, cuyos miembros, a través de las virtudes infundidas de la fe y de la caridad, participan en la acción de Cristo Cabeza, representados por el sacerdote ministro. El Papa Pío XII, en su Encíclica Mediator Dei, afirma que también los fieles “ofrecen la Víctima divina, si bien en un sentido diverso” respecto a como la ofrece el sacerdote ministro. Esta enseñanza está confirmada por referencias a los escritos sobre la Misa del papa Inocencio III y de san Roberto Bellarmino. Pío XII llama la atención también sobre el hecho de que las plegarias litúrgicas de ofrenda están a menudo en primera persona del plural, como sucede también en diversas partes del Canon de la Misa [16]. El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, sigue la Mediator Dei cuando proclama que los fieles, al participar en el Misterio de la Fe, o sea, en la Santa Eucaristía, “den gracias a Dios, ofreciendo la Víctima inmaculada no sólo por las manos del sacerdote, sino junto con él, y aprendan a ofrecerse a sí mismos” [17]. Como enseña también la Constitución Dogmática conciliar sobre la Iglesia, los fieles, en virtud de su sacerdocio real, participan en la ofrenda de la Eucaristía” [18]. A través del carácter indeleble que recibieron en el Bautismo, los fieles participan en el sacerdocio de Cristo y por tanto también en la ofrenda sacrificial que Él hace de dí mismo al Padre en el Espíritu Santo.
Esta enseñanza del Magistero de la Iglesia ofrece también el fundamento para una renovada y más profunda comprensión de laparticipatio actuosa (participación activa) de los fieles en la liturgia, participación que no solo es exterior, sino que también y sobre todo es interior. Desde esta perspectiva se entiende también mejor porqué desde la época carolingia hasta la reforma del Vaticano II, y también hoy en la forma extraordinaria del Rito Romano, el sacerdote celebrante reza el Canon en silencio. Como explicó el entonces cardenal Joseph Ratzinger, haciendo así no se niega la comunión ante Dios:
“No es cierto en absoluto que la recitación en voz alta, ininterrumpida, de la Plegaria Eucarística sea la condición para la participación de todos en este acto central de la Celebración eucarística. Mi propuesta de entonces era: por una parte, la educación litúrgica debe hacer que los fieles conozcan el significado esencial y la dirección fundamental del canon; por la otra, las primeras partes de cada oración deberían ser pronunciadas como una invitación a toda la comunidad para que, después, la oración silenciosa de cada uno haga propia la entonación y pueda llevar la dimensión personal a la comunitaria, y la comunitaria a la dimensión personal. Quien ha vivido personalmente la unidad de la Iglesia en el silencio de la Plegaria Eucarística ha experimentado qué es el silencio verdaderamente pleno, que representa a la vez un grito fuerte y penetrante dirigido a Dios, una oración rebosante de espíritu. Aquí nosotros rezamos verdaderamente juntos el Canon, como también en la unión con el cargo particular del servicio sacerdotal” [19].
Para los sacerdotes, la Celebración de la Eucaristía es el momento más importante de la jornada. Todas las demás actividades, cualquier otro aspecto de su existencia sacerdotal, debe estar íntimamente conectado con la ofrenda del Santo Sacrificio. Aquí encontramos el corazón del sacerdocio, es más, de toda la naturaleza sacramental de la Iglesia, como dijo bien el entonces teólogo Joseph Ratzinger:
“Para que el acontecimiento sucedido en un tiempo pasado se haga presente, deben por tanto ser pronunciadas las palabras: Esto es mi Cuerpo – Esto es mi Sangre. Pero en estas palabras se supone que habla el Yo de Jesucristo. Solo Él puede decir estas cosas; son Sus palabras. Ningún hombre puede pretender declarar el Yo de Jesucristo como propio. Ninguno puede decir aquí de forma apropiada 'Yo' y 'Mio'. Y sin embargo, esto debe decirse, si el ministerio salvífico ya no es un pasado lejano. Por eso se puede decir a partir de unmunus [Vollmacht] que nadie puede darse a sí mismo . Un munus que ni siquiera la comunidad o muchas comunidades pueden transmitir, sino que solo puede fundarse en la autorización 'sacramental' dada a toda la Iglesia por el mismo Jesús. [...] Y esto es exactamente la 'Ordenación sacerdotal' y el 'Sacerdocio'” [20].
Notas
[1] Catecismo de la Iglesia Católica [=CCC], n. 1352.
[2] Papa Vigilio, Ep. ad Profuturum, 5: PL 69,18
[3] Cipriano de Cartago, Ep. 63,16-17: CSEL 3,714-715.
[4] Benedicto XVI, Homilía durante la Celebración Eucarística en la Explanada de los Inválidos, París (13 de septiembre de 2008).
[5] Cf. Joseph Ratzinger, Introducción al espíritu de la liturgia, San Pablo, Cinisello Balsamo 2001,pp. 155-166.
[6] CCC, n. 1352.
[7] CCC, n. 1353
[8] Ibid.
[9] CCC, n. 1354.
[10] Ibid.
[11] Ambrosio de Milán, De Sacramentis, IV, 5,21-22; 6,26-27: CSEL 73,55 e 57.
[12] En su Carta a los Obispos de todo el mundo para presentar el Motu Proprio sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma de 1970 (7 de julio de 2007), el Papa Benedicto XVI indica que el Misal antiguo podría ser enriquecido con la inserción de “nuevos santos y algunos de los nuevos prefacios”.
[13] Juan Pablo II, Carta Apostólica Dominicae Cenae (24 de febrero de 1980), n. 2.
[14] Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 10.
[15] Juan Pablo II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia (17 de abril de 2003), n. 28.
[16] Pío XII, Carta Encíclica Mediator Dei (20 de noviembre de 1947), nn. 85-87.
[17] Concilio Vaticano II, Constitución sobre Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, n. 48.
[18] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 10.
[19] J. Ratzinger, Introducción al espíritu de la liturgia, p. 211.
[20] J. Ratzinger, Das Fest des Glaubens. Versuche zur Theologie des Gottesdienstes, Johannes, Einsiedeln 1993 (III ed.), pp. 84-85 (= J. Ratzinger, Theologie der Liturgie. Die sakramentale Begründung christlicher Existenz, Gesammelte Schriften 11, Friburgo, Herder 2008, p. 626).
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MINISTROS DE LA NUEVA ALIANZAPrimera predicación de Cuaresma del padre Raniero Cantalamessa
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 5 de marzo de 2010
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Ministros de una alianza nueva
El Señor me concede ser testigo de la gracia extraordinaria que se está revelando este Año Sacerdotal para la Iglesia. Son incontables los retiros del clero que se celebran en diversas partes del mundo. A uno de estos retiros, organizado en Manila por la Conferencia Episcopal de Filipinas, el pasado mes de enero, tomaron parte 5.500 sacerdotes y 90 obispos. Fue, según el cardenal de Manila, un nuevo Pentecostés. Durante una hora de adoración guiada, por invitación del predicador, toda esa inmensa muchedumbre de sacerdotes con vestiduras blancas gritó a una sola voz: “Lord Jesus, we are happy to be your priests”: “¡Señor Jesús, somos felices de ser tus sacerdotes!”. Y se veía por los rostros que no eran solo palabras.
La misma experiencia, en número más reducido, la viví con todo el clero de la región de Sabah, en Malasia, después en Singapur y últimamente en el santuario de Loreto, con alrededor de 200 obispos y sacerdotes italianos. Todos me han pedido que transmita al Santo Padre su agradecimiento y su saludo, y yo lo hago con alegría en este momento.
1. Los “misterios” de DiosLa palabra de Dios que nos guía en estas reflexiones para el Año Sacerdotal es 1 Corintios 4, 1: Si nos existimet homo, ut ministros Christi et dispensatores mysteriorum Dei; “Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”. Hemos meditado en Adviento la primera parte de esta definición: el sacerdote como servidor de Cristo, en el poder y en la unción del Espíritu Santo. Nos queda, en esta Cuaresma, reflexionar sobre la segunda parte: el sacerdote como dispensador de los misterios de Dios. Naturalmente, lo que decimos del sacerdote, vale con mayor razón para el obispo, que posee la plenitud del sacerdocio.
El término “misterios” tiene dos significados fundamentales: el primero es el de verdades escondidas y reveladas por Dios, los propósitos divinos anunciados veladamente en el Antiguo Testamento y revelados a los hombres en la plenitud de los tiempos; el segundo es el de “signos concretos de la gracia”, en la práctica los sacramentos. La Carta a los Hebreos reune los dos significados en la expresión “los misterios de Dios” (ta pros ton Theon, ea que sunt ad Deum); acentúa precisamente el significado ritual y sacramental, diciendo que la tarea del sacerdote (el autor, sin embargo, habla del sacerdocio en general, del Antiguo y del Nuevo Testamento) es la de “ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (Hb 5,1).
Este segundo significado se afirma sobre todo en la tradición de la Iglesia. San Ambrosio escribió dos tratados sobre los ritos de la iniciación cristiana, vistos como cumplimiento de figuras y profecías del Antiguo Testamento; uno lo titula De sacramentis y el otro De mysteriis, aunque tratan en la práctica sobre el mismo argumento.
Volviendo a la palabra del Apóstol, el primero de estos dos significados saca a la luz el papel del sacerdote respecto de la Palabra de Dios, el segundo su papel respecto a los sacramentos. Juntos delinean la fisionomía del sacerdote como testigo de la verdad de Dios y como ministro de la gracia de Cristo, como anunciador y como sacrificador.
Durante muchos siglos la función del sacerdote fue reducida casi exclusivamente a su papel de liturgo y de sacrificador: “ofrecer sacrificios y perdonar los pecados”. Fue el Concilio Vaticano II quien vovlió a poner en evidencia, junto a la función cultual, la de evangelizador. En línea con lo que la Lumen gentium había dicho de la función de los obispos de “enseñar” y “santificar”, laPresbyterorum ordinis escribe:
“Por participar en su grado del ministerio de los apóstoles, Dios concede a los presbíteros la gracia de ser entre las gentes ministros de Jesucristo, desempeñando el sagrado ministerio del Evangelio, para que sea grata la oblación de los pueblos, santificada por el Espíritu Santo (Rm 15, 16). Pues por el mensaje apostólico del Evangelio se convoca y congrega el Pueblo de Dios (...) Porque su servicio, que surge del mensaje evangélico, toma su naturaleza y eficacia del sacrificio de Cristo” [1].
De las tres meditaciones de Cuaresma (el viernes 19 de marzo, se omite la predicación por la fiesta de san José) dedicaremos una al tema del sacerdote como ministro de la palabra de Dios, una al sacerdote como ministro de los sacramentos y una más existencial, a la renovación del sacerdocio mediante la conversión al Señor.
2. La letra y el EspírituA partir del II siglo se observa una tendencia a modelar – en los requisitos, en los ritos, en los títulos, en las vestiduras – el sacerdocio cristiano sobre el levítico del Antiguo Testamento [2]; una tendencia que se refleja en documentos canónicos como las Constituciones apostólicas, la Didascalia siriaca y otras fuentes similares. Precisamente esta asimilación externa, hace sentir más urgente la necesidad de redescubrir, en una ocasión como esta, la novedad y alteridad sustancial del ministerio de la nueva alianza respecto al de la antigua. Es la enérgica afirmación paulina que quisiera poner en el centro de la presente meditación:
“No que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza, no de la letra, sino del Espíritu. Pues la letra mata mas el Espíritu da vida. Que si el ministerio de la muerte, grabado con letras sobre tablas de piedra, resultó glorioso hasta el punto de no poder los hijos de Israel fijar su vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, aunque pasajera, ¡cuánto más glorioso no será el ministerio del Espíritu!” (2Cor 3, 5-8).
Qué entiende el Apóstol con la oposición letra – Espíritu, se deduce de lo que escribe poco antes, hablando de la comunidad del Nuevo Testamento: “Evidentemente sois una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones” (2 Cor 3, 3).
La letra es por tanto la ley mosaica escrita sobre tablas de piedra y, por extensión, toda ley positiva exterior al hombre; el Espíritu es la ley interior, escrita en los corazones, la que en otro lugar el Apóstol define “la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús y que liberó de la ley del pecado y de la muerte” (cf. Rm 8, 2).
San Agustín escribió un tratado sobre nuestro texto – el De Spiritu et littera – que constituye un hito en la historia del pensamiento cristiano. La novedad de la nueva alianza respecto a la antigua, explica, es que Dios ya no se limita a mandar al hombre que haga o no haga, sino que hace él mismo con él y en él las cosas que le manda. Donde impera la ley de las obras amenazando, la ley de la feimpetra creyendo... Con la ley de las obras Dios dice al hombre: 'Haz lo que te mando', con la ley de la fe el hombre dice a Dios: 'Dame lo que me mandas'” [3].
La ley nueva que es el Espíritu es mucho más que una “indicación” de voluntad; es una “acción”, un principio vivo y activo. La ley nueva es la vida nueva. La oposición letra – Espíritu equivale en san Pablo a la oposición ley – gracia: “ya que no estáis bajo la ley sino bajo la gracia” (Rm 6,14).
También en la Antigua Alianza está presente la idea de gracia, en el sentido de benevolencia, favor y perdón de Dios (la hesed): “hago gracia a quien hago gracia” (Ex 33,19); los salmos están llenos de este concepto. Pero ahora la palabra gracia, charis, ha adquirido un significado nuevo, histórico: es la gracia que viene de la muerte y resurrección de Cristo y que justifica al pecador. Ya no es solo una disposición benévola, sino una realidad, un “estado”: “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos” (Rm 5, 1-2).
Juan describe la relación entre antigua y nueva alianza de la misma forma que Pablo: “Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (Jn 1, 17).
Da esto se deduce que la ley nueva, o del Espíritu, no es, en sentido estricto, la promulgada por Jesús en el monte de las Bienaventuranzas, sino la escrita por él en los corazones en Pentecostés. Los preceptos evangélicos son ciertamente más elevados y perfectos que los mosaicos; con todo, por sí solos, también estos habrían sido ineficaces. Si hubiese bastado proclamar la nueva voluntad de Dios a través del Evangelio, no se explicaría qué necesidad había de que Cristo muriese y viniese el Espíritu Santo; no se explica por qué el Jesús de Juan hace depender todo de su “elevación”, es decir, de su muerte en cruz (cf. Jn 7, 39; 16, 7-15).
Los apóstoles son la prueba viviente de esto. Éstos habían escuchado de la viva voz de Cristo todos los preceptos evangélicos, por ejemplo que “quien quiera ser el primero se haga el último y el siervo de todos”, pero hasta el final les vemos preocupados por establecer quién era el más importante entre ellos. Sólo tras la venida del Espíritu sobre ellos les vemos olvidarse completamente de sí mismos y dedicados sólo a proclamar “las grandes obras de Dios” (cf. Hch 2, 11).
Sin la gracia interior del Espíritu, también el Evangelio, por tanto, también el mandamiento nuevo, se habría quedado en ley vieja, letra. Retomando un atrevido pensamiento de san Agustín, santo Tomás de Aquino escribe: “Por letra se entiende toda ley escrita que queda fuera del hombre, también los preceptos morales contenidos en el Evangelio; por lo que también la letra del Evangelio mataría, si no se añadiese, dentro, la gracia de la fe que sana” [4]. Aún más explícito es lo que escribió un poco antes: “La ley nueva es principalmente la misma gracia del Espíritu que se ha dado a los creyentes” [5].
3. No por constricción, sino por atracción¿Pero cómo actúa, en concreto, esta ley nueva que es el Espíritu? ¡Actúa a través del amor! La ley nueva no es otra cosa que lo que Jesús llama el “mandamiento nuevo”. El Espíritu Santo ha escrito la ley nueva en nuestros corazones, infundiendo en ellos el amor (Rm 5, 5). Este amor es el amor con el que Dios nos ama y con el que, contemporáneamente, hhace que nosotros le amemos a él y al prójimo. Es una nueva capacidad de amar.
¿No es un contrasentido hablar del amor como de una “ley”? A esta pregunta debe responderse que hay dos maneras según las cuales el hombre puede ser inducido a hacer, o a no hacer, una cosa: o por constricción o por atracción. La ley externa lo induce de la primera forma, por constricción, con la amenaza del castigo; el amor lo induce de la segunda forma, por atracción. Cada uno de hecho es atraído por lo que ama, sin que sufra obligación alguna desde el exterior. El amor es como un “peso” del alma que atrae hacia el objeto del propio deleite, en el que sabe encontrar su reposo [6]. La vida cristiana debe vivirse por atracción, no por constricción.
El amor por tanto es una ley, “la ley del Espíritu”, en el sentido de que crea en el cristiano un dinamismo que le empuja a hacer todo lo que Dios quiere, espontáneamente, porque ha hecho suya la voluntad de Dios y ama todo aquello que Dios ama.
¿Qué lugar tiene, nos preguntamos, en esta economía del Espíritu, la observancia de los mandamientos? También después de la venida de Cristo, subsiste de hecho la ley escrita: están los mandamientos de Dios, el decálogo, están los preceptos evangélicos; a ellos se han añadido, posteriormente, las leyes eclesiásticas. ¿Qué sentido tienen el Código de Derecho Canónico, las reglas monásticas, los votos religiosos, todo aquello, en suma, que indica una voluntad objetivada, que se impone desde el exterior? ¿Son, estas cosas, como cuerpos extraños del organismo cristiano?
Ha habido, en el curso de la historia, movimientos que han pensado así y que han rechazado, en nombre de la libertad del Espíritu, toda ley, hasta el punto de llamarse, precisamente, movimientos “anomistas”, pero siempre han sido negados por la autoridad de la Iglesia y por la propia conciencia cristiana. La respuesta cristiana a este problema nos viene del Evangelio. Jesús dice que no ha venido a “abolir la ley”, sino a “darle cumplimiento” (cf Mt 5, 17). ¿Y cuál es el “cumplimiento” de la ley? “¡El pleno cumplimiento de la ley – responde el Apóstol – es el amor!” (Rm 13, 10). Del mandamiento del amor – dice Jesús – dependen toda la ley y los profetas (cf Mt 22, 40).
La obediencia se convierte así en la prueba que se vive bajo la gracia: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn 14,15). El amor, entonces, no sustituye a la ley, sino que la observa, la “cumple”. En la profecía de Ezequiel se atribuía precisamente al don futuro del Espíritu y del corazón nuevos, la posibilidad de observar la ley de Dios: “Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas” (Ez 36, 27). “Se ha dado la ley – escribe lapidariamente san Agustín – para que se buscase la gracia, y se dio la gracia para que se observase la ley” [7].
4. Actualidad del mensaje de la gracia Hasta aquí las consecuencias que el mensaje paulino sobre la nueva alianza puede tener en el modo de concebir y vivir la vida cristiana. En esta ocasión quisiera sin embargo poner en evidencia sobre todo la luz que éste arroja sobre el problema de la evangelización en el mundo actual y del diálogo interreligioso y, en consecuencia, sobre el papel del sacerdote como ministro de la verdad de Dios.
Agustín escribió su tratado sobre La letra y el Espíritu para combatir la tesis pelagiana según la cual para salvarse es suficiente con que Dios nos haya creado, dotado de libre arbitrio y dado una ley que indica su voluntad. En la práctica, la tesis de que el hombre puede salvarse por sí solo y que la venida de Cristo es, ciertamente, una ayuda extraordinaria pero no indispensable para la salvación.
Se puede discutir – y hoy se discute entre los expertos – si el santo interpretó correctamente el pensamiento del monje Pelagio. Pero esto no debería sorprendernos. Los Padres que tuvieron que combatir herejías han explicitado a menudo las que (¡desde su punto de vista!) eran las implicaciones lógicas de una determinada doctrina, sin tener demasiado en cuenta el punto de vista y el lenguaje distinto del adversario. Estaban más preocupados por la doctrina que por las personas, de la verdad dogmática que de la histórica. Agustín, al contrario, se mostró mucho más respetuoso y cortés hacia Pelagio de cuando lo fue, por ejemplo, Cirilo de Alejandría hacia Nestorio.
La revaloración moderna de autores como Pelagio o Nestorio no significa por tanto en lo más mínimo revaloración del pelagianismo o del nestorianismo. Esta distinción ha contribuido, en tiempos recientes, al restablecimiento de la comunión con las iglesias llamadas nestorianas o monofisitas de Oriente.
Todo esto, con todo, nos interesa relativamente. Lo más importante que recordar es que Agustín tiene razón sobre el problema principal: para salvarse no bastan la naturaleza, el libre arbitrio y la guía de la ley, sino que es necesaria la gracia, es decir, es necesario Cristo. Pensar diversamente significaría hacer superflua su venida y con ella su muerte y la redención; significaría considerar a Cristo un ejemplo de vida, no “causa de salvación eterna para todo el que cree” (Hb 5, 9).
Y es en este punto donde el pensamiento de Agustín – y antes el de Pablo – se revela de una extraordinaria actualidad. Lo que, según el Apóstol, distingue la nueva de la antigua alianza, el Espíritu de la letra, la gracia de la ley, hechas las debidas distinciones, es exactamente lo que distingue hoy al cristianismo de toda otra religión.
Las formas son cambiantes, pero la sustancia es la misma. “Obra de la ley”, u obra del hombre, es toda práctica humana, cuando de ésta se hace depender la propia salvación, concibiendo esta como comunión con Dios o como comunión consigo mismos y en sintonía con las energías del universo. El presupuesto es el mismo: ¡Dios no se entrega, sino que se le conquista!
Podemos ilustrar la diferencia así. Toda religión humana o filosofía religiosa comienza diciendo al hombre lo que debe hacer para salvarse: los deberes, las obras, sean éstas obras ascéticas o caminos especulativos hacia el propio yo interior, el Todo o la Nada. El cristianismo no comienza diciendo al hombre lo que tiene que hacer, sino lo que Dios ha hecho por él. Jesús no comenzó a predicar diciendo: “Convertíos y creed al evangelio para que el Reino venga a vosotros”; comenzó diciendo: “El Reino de Dios ha llegado entre vosotros: convertíos y creed al evangelio”. No antes la conversión y luego la salvación, sino primero la salvación y luego la conversión.
También en el cristianismo – lo hemos recordado – existen deberes y mandamientos, pero el plano de los mandamientos, incluyendo el más grande de todos que es amar a Dios y al prójimo, no es el primer plano, sino el segundo; antes está el plano del don, de la gracia. “Nosotros amamos porque él nos amó primero” (1 Jn 4,19). El deber surge del don, no al revés.
Nosotros los cristianos no entraremos en diálogo con las demás confesiones, afirmando la diferencia o la superioridad de nuestra religión; esto sería la negación misma del diálogo. Insistiremos más bien sobre lo que nos une, los objetivos comunes, reconociendo a los demás el mismo derecho (al menos subjetivo) de considerar su fe la más perfecta y la definitiva. Sin olvidar, por otro lado, que quien vive con coherencia y de buena fe una religión de las obras y de la ley es mejor y más agradable a Dios que quien pertenece a la religión de la gracia, pero descuida completamente tanto creer en la gracia como cumplir las obras de la fe.
Todo esto sin embargo no debe inducirnos a poner entre paréntesis nuestra fe en la novedad y unicidad de Cristo. No se trata siquiera de afirmar la superioridad de una religión sobre las demás, sino de reconocer la especificidad de cada una, de saber quienes somos y que creemos.
No es difícil explicar el por qué de la dificultad de admitir la idea de gracia y su instintivo rechazo por parte del hombre moderno. Salvarse “por gracia” significa reconocer la dependencia de alguien y esto resulta lo más difícil. Es conocida la afirmación de Marx: “Un ser no se considera independiente sino en cuanto que sea señor de sí mismo, y no es señor de sí mismo si no en cuanto debe a sí mismo su existencia. Un hombre que vive por 'gracia' de otro se considera un ser dependiente [...]. Pero yo viviría completamente por la gracia de otro, si él hubiese creado mi vida, si él fuese la fuente de mi vida y ésta no fuese mi propia creación” [8].El motivo por el que se rechaza a un Dios creador es también aquel por el que se rechaza a un Dios salvador.
Es la explicación que san Bernardo da del pecado de Satanás: él prefirió ser la más infeliz de las criaturas por mérito propio, antes que la más feliz por gracia de otro; prefirió ser “infeliz pero soberano, antes que feliz pero dependiente: misere praeesse, quam feliciter subesse[9].
El rechazo del cristianismo, en curso en ciertos niveles de nuestra cultura occidental, cuando no es rechazo de la Iglesia y de los cristianos, es rechazo de la gracia.
5. “Nosotros predicamos a Cristo Jesús Señor nuestro”¿Cuál es, en este campo, la tarea de los sacerdotes en cuanto administradores de los misterios de Dios y maestros de la fe? El de ayudar a los hermanos a vivir la novedad de la gracia, que es como decir la novedad de Cristo.
Jesús en el evangelio utiliza la expresión “los misterios del Reino de los cielos” para indicar toda su enseñanza y, en particular, lo que se refiere a su persona (cf. Mt 13, 11). Tras la Pascua se pasa cada vez más a menudo del plural al singular, de los misterios al misterio: todos los misterios de Dios se resumen ya en el misterio que es Cristo.
San Pablo habla del “misterio de Dios, es decir, Cristo, en el que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col 2, 2-3). Nos invita a pensar en Cristo como en un palacio, en el que, conforme uno se adentra, va de maravilla en maravilla. El universo material, con todas sus belezas y su incalculable extensión, es la única imagen adecuada del universo espiritualque es Cristo. No por nada éste se hizo “por medio de él y para él” (Col 1,16).
El Apóstol señaló con más claridad que nadie el centro y el corazón del anuncio cristiano y lo expresó de forma programática, a modo de manifiesto: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Cor 1, 23) y “Nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús Señor nuestro” (2 Cor 4,5). Estas palabras justifican plenamente la afirmación según la cual el cristianismo no es una doctrina sino una persona.
¿Pero qué significa, en la práctica, predicar a “Cristo crucificado”, o “Cristo Jesús Señor nuestro”? No significa hablar siempre y solo del Cristo del kerygma o del Cristo del dogma, es decir, transformar las predicaciones en lecciones de cristología. Significa más bien “recapitular todo en Cristo” (Ef 1,10), fundar todo deber en él, hacer servir cada cosa al objetivo de llevar a los hombres al “sublime conocimiento de Cristo Jesús Señor nuestro” (Fil 3, 8).
Jesús debe ser el objeto formal, no necesariamente y siempre el objeto material, de la predicación, lo que la “informa”, lo que le da fundamento y da autoridad a cualquier otro anuncio, el alma y la luz del anuncio cristiano. “Árido es todo alimento del alma – exclama san Bernardo – si no estña aderezado con este óleo; insípido si no está aderezado con esta sal. Lo que escribes no tiene sabor – non sapit mihi – si no palpita dentro el corazón de Jesús – nisi sonuerit ibi Cor Jesu” [10].
En la Liturgia de las horas en lengua alemana, el Stundengebet, hay un himno (Laudes del Martes de la segunda semana) que me ha sido querido desde el primer momento en que lo recité. Comienza así: Göttliches Wort, der Gottheit Schrein, für uns in dein Geheimnis ein. “Verbo eterno, Dios vivo y verdadero, haznos penetrar en tu misterio”. La expresión “el misterio de Cristo” es la más comprensiva de todas: recoge en su ser y en su actuar su humanidad y su divinidad, su preexistencia y su encarnación, las profecías del Antiguo Testamento y su realización en la plenitud de los tiempos. Podemos repetirlo como una jaculatoria: “Verbo eterno, Dios vivo y verdadero, haznos penetrar en tu misterio”.
[1] PO, 2.
[2] Cf. J.-M. Tillard, “Sacerdoce”, en DSpir. 14, col.12.
[3] Agustín, De Spiritu et littera, 13,22.
[4] Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-IIae, q. 106, a. 2.
[5] Ibid., q. 106, a. 1; cf. Agustín, De Spiritu et littera, 21, 36.
[6] Agustín, Comentario al Evangelio de Juan, 26, 4-5: CCL 36, 261; Confesiones, XIII, 9.
[7] Agustín, De Spir. et litt. ,19,34.
[8] C. Marx, Manuscritos de 1844, en Gesamtausgabe, III, Berlín 1932, p. 124 y Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, enGesamtausgabe, I, 1, Frankfurt del M. 1927, p. 614 s.
[9] Bernardo de Claraval, De gradibus humilitatis, X, 36: PL 182, 962.
[10] Bernardo de Claraval, Sermones super Canticum, XV, 6: Ed. Cistercense, Roma 1957, p.86.
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Benedicto XVI presenta el retrato robot de una parroquia evangelizadora
CONSEJOS DE BENEDICTO XVI A UNA PARROQUIAVisita pastoral a la comunidad romana de San Juan de la Cruz
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 7 de marzo de
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Queridos hermanos y hermanas:
"Convertíos, dice el Señor, el reino de los cielos está cerca" hemos proclamado antes del Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma, que nos presenta el tema fundamental de este "tiempo fuerte" del año litúrgico: la invitación a la conversión de nuestra vida y a realizar obras dignas de penitencia. Jesús, como hemos escuchado, evoca dos episodios de crónica: una represión brutal de la policía romana dentro del templo (cfr Lucas 13,1) y la tragedia de los dieciocho muertos por el derrumbe de la torre de Siloé (v. 4). La gente interpreta estos hechos como un castigo divino por los pecados de esas víctimas, y, considerándose justa, se cree a salvo de estos accidentes, pensando que no tiene que convertirse de nada en su propia vida. Pero Jesús denuncia esta actitud como una ilusión: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo" (versículos 2-3). E invita a reflexionar sobre aquellos hechos para vivir un mayor compromiso en el camino de la conversión, porque es precisamente la cerrazón al Señor, el no recorrer el camino de la conversión, lo que lleva a la muerte, la del alma. En Cuaresma, Dios nos invita a cada uno de nosotros a dar un cambio a su propia existencia pensando y viviendo según el Evangelio, corrigiendo algo en nuestra forma de rezar, de actuar, de trabajar y en las relaciones con los demás. Jesús nos dirige este llamamiento no con una severidad que es un fin en sí misma, sino porque se preocupa por nuestro bien, por nuestra felicidad, por nuestra salvación. Por parte nuestra, debemos responderle con un sincero esfuerzo interior, pidiéndoles que nos haga entender de qué puntos en particular tenemos que convertirnos.
La conclusión del pasaje evangélico retoma la perspectiva de la misericordia, mostrando la necesidad y la urgencia de la vuelta a Dios, de renovar la vida según Dios. Refiriéndose a una costumbre de su tiempo, Jesús presenta la parábola de una higuera plantada en una viña; esta higuera, sin embargo, resulta estéril, no da frutos (cfr Lucas 13,6-9). El diálogo que tiene lugar entre el amo y el viñador manifiesta, por una parte, la misericordia de Dios, que tiene paciencia y deja al hombre, a todos nosotros, un tiempo para la conversión; y por otra, la necesidad de poner en marcha en seguida el cambio interior y exterior de la vida para no perder las ocasiones que la misericordia de Dios nos ofrece para superar nuestra pereza espiritual y corresponder al amor de Dios con nuestro amor filial.
También san Pablo, en el pasaje que hemos escuchado, nos exhorta a no engañarnos: no basta con haber sido bautizados y ser nutridos en la misma mesa eucarística, si no se vive como cristianos y no estamos atentos a los signos del Señor (cfr 1 Corintios 10,1-4).
¡Queridísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Juan de la Cruz! Estoy muy contento de estar en medio de vosotros, hoy, para celebrar con vosotros el Día del Señor. Saludo cordialmente al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro párroco, don Enrico Gemma, a quien agradezco las hermosas palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros, y a los demás sacerdotes que colaboran con él. Quisiera también extender mi pensamiento a todos los habitantes del barrio, especialmente a los ancianos, a los enfermos, a las personas solas y en dificultades. A todos y cada uno recuerdo al Señor en esta Santa Misa.
Sé que vuestra parroquia es una comunidad joven. De hecho, inició su actividad pastoral en 1989, viviendo un periodo de doce años en un local provisional, y después en el nuevo conjunto parroquial. Ahora que tenéis un nuevo edificio sagrado, mi visita desea animaros a realizar cada vez mejor esa Iglesia de piedras vivas que sois vosotros. Sé que la experiencia de los primeros doce años ha marcado un estilo de vida que aún permanece. La falta de estructuras adecuadas y de tradiciones consolidadas os ha empujado, de hecho, a confiar en la fuerza de la Palabra de Dios, que ha sido lámpara en el camino y ha traído frutos concretos de conversión, de participación en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía dominical, y de servicio. Os exhorto ahora a hacer de esta Iglesia un lugar en el que se aprenda cada vez mejor a escuchar al Señor que nos habla en las Sagradas Escrituras. Que éstas sigan siendo siempre el centro vivificante de vuestra comunidad, para que se convierta en escuela continua de vida cristiana, de la que parte toda actividad pastoral.
La construcción del nuevo templo parroquial os ha empujado a un compromiso apostólico conjunto, prestando una particular atención al campo de la catequesis y de la liturgia. Me congratulo por los esfuerzos pastorales que vais realizando. Sé que varios grupos de fieles se reúnen para rezar, formarse en la escuela del Evangelio, participar en los Sacramentos - sobre todo en la Penitencia y en la Eucaristía - y vivir esa dimensión esencial para la vida cristiana que es la caridad. Pienso con agradecimiento en cuantos contribuyen a hacer más vivas y participadas las celebraciones litúrgicas, y en cuantos, junto a la Caritas parroquial y al grupo de San Egidio, buscan salir al encuentro de las muchas exigencias del territorio, especialmente a las esperanzas de los más pobres y necesitados. Pienso finalmente en lo que estáis realizando admirablemente a favor de las familias, de la educación cristiana de los hijos y de cuantos participan en las actividades de la parroquia.
Desde su nacimiento, esta parroquia se ha abierto a los movimientos y a las nuevas comunidades eclesiales, madurando así una conciencia más amplia de Iglesia y experimentando nuevas formas de evangelización. Os exhorto a proseguir con valor en esta dirección, pero empeñándoos en implicar a todas las realidades presentes en un proyecto pastoral unitario. Me he enterado con aprecio de que vuestra comunidad se propone, en el respeto de las vocaciones y de los papeles de los consagrados y los laicos, la corresponsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Como ya he recordado, esto exige un cambio de mentalidad, sobre todo de cara a los laicos, "pasando de considerarles 'colaboradores' del clero a reconocerles como plenamente 'corresponsables' del ser y del actuar de la Iglesia, favoreciendo así la promoción de un laicado maduro y comprometido" (cfr Discurso de apertura del Congreso pastoral de la Diócesis de Roma - 26 de mayo de 2009).
Queridísimas familias cristianas, queridísimos jóvenes que vivís en este barrio y que frecuentáis la parroquia, dejaos cada vez más implicar por el deseo de anunciar a todos el Evangelio de Jesucristo. No esperéis a que otros vengan a traeros otros mensajes, que no conducen a la vida, sino haceos vosotros mismos misioneros de Cristo a los hermanos, donde viven, trabajan, estudian o sólo transcurren el tiempo libre. Poned en marcha también aquí una pastoral vocacional capilar y orgánica, hecha de educación de las familias y de los jóvenes en la oración y en vivir la vida como un don que procede de Dios.
¡Queridos hermanos y hermanas! El tiempo fuerte de la Cuaresma nos invita a cada uno de nosotros a reconocer el misterio de Dios, que se hace presente en nuestra vida, como hemos escuchado en la primera lectura. Moisés vio en el desierto una zarza que arde, pero no se consume. En un primer momento, movido por la curiosidad, se acerca para ver este acontecimiento misterioso, cuando de la zarza sale una voz que le llama, diciendo: "Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (Éxodo 3,6). Y es precisamente este Dios el que le vuelve a mandar a Egipto con el encargo de conducir al pueblo de Israel a la tierra prometida, pidiendo al faraón, en su nombre, la liberación de Israel. En ese momento, Moisés pregunta a Dios cuál es su nombre, el nombre con el que Dios muestra su particular autoridad, para poder presentarse al pueblo y después ante el faraón. La respuesta de Dios puede parecer extraña; parece que responde y no responde. Dice de sí mismo simplemente: "Yo soy el que soy". "Él es", y esto es suficiente. Dios, por tanto, no se negó a la petición de Moisés, manifiesta su propio nombre, creando así la posibilidad de la invocación, de la llamada, de la relación. Al revelar su nombre, Dios establece una relación entre Él y nosotros. Puede ser invocado, entra en relación con nosotros y nos da la posibilidad de entrar en relación con Él. Esto significa que Él se entrega, en cierto sentido a nuestro mundo humano, haciéndose accesible, casi uno de nosotros. Afronta el riesgo de la relación, del estar con nosotros. Lo que comenzó con la zarza ardiente en el desierto, se realiza en la zarza ardiente de la cruz, donde Dios, accesible en su Hijo hecho hombre, hecho realmente uno de nosotros, se nos entrega y, de este modo, realiza la liberación de la humanidad. En el Gólgota, Dios, que durante la noche de la huida de Egipto se reveló como el que libera de la esclavitud, se revela como quien abraza a cada hombre con la potencia salvadora de la Cruz y de la Resurrección y lo libera del pecado y de la muerte, lo acepta en el abrazo de su amor.
Permanezcamos contemplando este misterio del nombre de Dios para comprender mejor el misterio de la Cuaresma y vivir como personas y comunidad en permanente conversión, de manera que seamos en el mundo una epifanía constante, testimonio del Dios vivo, que libera y salva por amor. Amén.
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EL SACERDOTE Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS DE LA COMUNICACIÓNPor monseñor Lucio Ruiz, jefe del Departamento de Internet del Vaticano
CIUDAD DEL VATICANO, sábado 6 de marzo de 2010
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1- Introducción Si quisiéramos delinear uno de los ejes en torno al cual gira nuestra sociedad contemporánea, podríamos decir que uno entre ellos es el "cambio". Vemos cómo la sociedad, las instituciones, las empresas, las personas cambian...
Nos sorprendemos, a veces hasta con miedo, de la velocidad de los cambios en curso, de la potencia de este "sistema nervioso" a escala planetaria y nos preguntamos a dónde se llegará, cuándo y hacia cuál configuración social se está yendo con rapidez vertiginosa[1].
Pero es necesario aprender a reconocer este cambio permanente, para poder "cambiar con el cambio" - adaptando los distintos aspectos de la vida, en su complejo articulado de realidades sociales, culturales, económicas, políticas - manteniendo los aspectos fundamentales de la verdad y del bien, que son inmutables en su esencia.
Es aquí que aparecen los grandes conflictos porque, de una parte "todo cambia", y de la otra la verdad de Dios, y por lo tanto del bien, del amor y de la verdad del hombre mismo[2], permanecen siempre las mismas. Así, el cambio cuestiona fuertemente la verdad[3] y la capacidad del hombre de conocerla, y nos pone tantas veces en duda en los puntos esenciales de nuestra vida cristiana, exigiéndonos "re-aprender" el Mensaje de Jesús, que es valido para todos los tiempos y todos los hombres, pero que necesita ser presentado de manera que pueda ser acogido por el hombre de hoy.
Pero el "cambio" no es en sí una realidad negativa; también en el cambio profundo hay aprendizaje. De hecho, la organización/institución/sociedad/persona no se limita a hacer algo nuevo; sino que crea la capacidad para hacer las cosas en una forma distinta. Sostener cualquier proceso de cambio profundo requiere una modificación fundamental de nuestra manera de pensar. Tenemos que entender la naturaleza de los procesos de crecimiento y cómo canalizarlos. Pero también necesitamos comprender las fuerzas y los desafíos que impiden el progreso y así desarrollar estrategias viables para entendernos con dichos retos. Necesitamos apreciar "la danza del cambio", la inevitable interacción entre los procesos de crecimiento y los procesos limitantes que lo detienen. Necesitamos un objetivo juicio crítico para un discernimiento adecuado de los elementos y los procesos positivos y negativos, que se presentan en vistas a un actuar apropiado.
Frente a los cambios se pueden adoptar dos actitudes: ignorarlos o involucrase en ellos[4]. La primera es una neofobia y la segunda es una respuesta creadora. La neofobia es la resistencia al cambio, el miedo a lo nuevo, la refractariedad a las innovaciones, la paralización, es ver el entorno cambiante como una amenaza[5].
La respuesta creativa es la actitud de aprender, de innovar. Es la "destrucción creadora"[6]. Es el camino hacia la transformación[7]. Es convertirse en un agente del cambio y considerar el cambio como una oportunidad[8]. A la hora de la verdad: Los cambios están aquí ya, independientemente de nuestros deseos y de nuestra voluntad.
No es de extrañar que la realidad de la sociedad se encuentre en una situación de movimiento profundo porque, con la Globalización y la introducción de las Tecnologías de Comunicación en todos los aspectos de la cultura contemporánea, se modifican no sólo aspectos simplemente "operativos", sino que se introducen - y cada vez más - variaciones en los aspectos antropológicos y fenomenológicos de la vida del hombre, como son: las nociones de espacio, de tiempo y aspectos cognitivos y relacionales de la persona humana[9]. En definitiva, una revolución total, que indica un cambio de era[10].
Por tanto, muchos llaman a este fenómeno nueva revolución copernicana, en el que cada hombre y todos los hombres, lo quieran o no, están implicados e integrados en el circuito comunicacional[11].
La correcta hermenéutica de los nuevos signos de los tiempos, en esta "Era Digital", es la que puede proyectar una sociedad/institución hacia el futuro, y hacia nuevos horizontes, o directamente acabarla si no comprendió las nuevas coordenadas y se adaptó al cambio.
En el primer Congreso Continental americano sobre Iglesia e Informática, celebrado en Monterrey, México, en el marzo del 2003[12] los Obispos presentes en el congreso se preguntaban: "¿cómo incide la tecnología en la cultura contemporánea?, ¿qué debe hacer la Iglesia en esta nueva cultura?" Ciertamente, verificaban que el cambio cultural, esencialmente "comunicacional", no es algo accidental, que toca el hombre solo de modo tangencial. La cultura contemporánea es una cultura señalada por la tecnología, en particular aquella de las comunicaciones y la telemática[13]. Las mutaciones, que resultan del desarrollo tecnológico[14], actúan sobre la persona, sobre todas las personas, sobre las instituciones, sobre los dinamismos de diálogo, sobre la configuración de las familias y las comunidades, sobre la forma de la educación, cambiando el modo de pensar, de sentir, de ver y de interaccionar con la realidad, con los otros y con Dios[15]. El cambio espacio-temporal se presenta como una nueva revolución copernicana. Entonces el problema consiste en el descubrir hasta que punto, en cierto sentido, el hombre y su comunidad han cambiado y, por tanto, cada una de las disciplinas que quieren tratar estos argumentos - comprendida la teología - deben tener una adaequatio a la nueva realidad del hombre para permitirle continuar a transmitir (tradere) la verdad del hombre y el Mensaje del Evangelio[16].
Aunque sea muy importante y necesario, es evidente que no basta un análisis del empleo que la Iglesia hace de los medios y no es tampoco suficiente una hermenéutica de los medios de comunicación y sus lenguajes. Incluso el estudio de la pastoral de los medios de comunicación y sus operadores por sí solo no basta. Los Obispos reunidos en Monterrey se interrogaron si no había llegado el momento de ir del fenómeno al fundamento, buscando las raíces de todas las actividades en el ámbito de la comunicación en el manantial teológico.
La Iglesia no puede dejar de interrogarse sobre la nueva cultura en manera profunda porque la creciente importancia de los medios de comunicación en el mundo tiene una fuerte incidencia sobre la cultura, a todos los niveles. Ésto es de gran interés para la Iglesia porque toca, de modo profundo, su misma naturaleza y misión, que es también aquella de comunicar[17]. Además, la creciente importancia de la comunicación también lleva a una creciente preocupación pastoral sobre la evangelización, la inculturación y la misma comunicación dentro de la Iglesia[18].
2- La Iglesia y la "era digital" "El problema no está en el hecho que la Iglesia comunica. Comunicar para la Iglesia no es un optional, es su misión misma. Más bien, desde el punto de vista teológico, la Iglesia nace y vive gracias a Dios que se ha comunicado en Cristo. Ha sido querida por Cristo como sacramento de comunión de los hombres con Dios y entre ellos. Su misión esencial es, pues, comunicar el anuncio" [19].
a) Los cambios culturales y la "inculturación" de la fe
"Cuando los Padres del Concilio (nos decía Juan Pablo II en el Mensaje para la XXIV Jornada Mundial de las comunicaciones Sociales, del 1990) estaban dirigiendo su mirada hacia el futuro e intentaban discernir el contexto en el que la Iglesia estaría llamada a llevar a cabo su misión, pudieron ver claramente que el progreso y la tecnología ya estaban ‘transformando la faz de la tierra' e incluso que ya se estaba llegando a la conquista del espacio (cf. Gaudium et spes, 5). Reconocieron, especialmente, que los desarrollos en la tecnología de las comunicaciones, con toda probabilidad, iban a provocar reacciones en cadena de consecuencias imprevisibles"[20].
De ello se deriva una consecuente y necesaria "inculturación", con la precisión de encontrarnos con una "nueva cultura", que no tiene fronteras, ni razas y que "no tiene espacio" y "no tiene tiempo". Porque "La misión de la Iglesia no consiste en impedir la transformación de la cultura, sino más bien asegurar la transmisión de la fe en Cristo, en el corazón mismo de unas culturas en pleno proceso de cambio[21].
El paso cultural, la inculturación necesaria, está caracterizada no sólo por la utilización en diversos espacios y niveles de los medios de comunicación, sino por un pensamiento y una actividad intrínsecamente marcados por la comunicación, que incorpora los medios telemáticos.
Si miramos las nuevas generaciones podemos verificar que para ellas, los "media" se esconden, son transparentes, se diluyen en su realidad mediática[22], pero han dejado su impronta en la lógica, no sólo de su utilización sino en la estructura del pensamiento y en la dinámica comunicacional misma. Por ello, cuando un joven usa un medio telemático no está frente a un mero instrumento, como podríamos entenderlo y usarlo nosotros, que pertenecemos a otras generaciones, para los cuales la computadora e Internet son elementos útiles para redactar mejor nuestros documentos y enviarlos a todas partes; tampoco se les presenta un problema metafísico, moral y existencial, como a nosotros, que nos planteamos miles preguntas, tales como: "¿son buenos, son malos?", o "¿debemos tener nuestros propios medios o usar los ya existentes?".
Para las nuevas generaciones la telemática, que hace realidad la era comunicacional, la era digital, existe y se usa, como para nosotros existe y se usa el tren, el auto o el avión y, con un ejemplo más claro para nuestra comprensión, la luz eléctrica. ¿Quién se pregunta si existe o no, si es buena o no? Nadie... simplemente existe y se usa. ¿Esto quiere decir que no hay problemas culturales, existenciales, morales? No, ¡y vaya si los hay!, basta pensar en toda la problemática de la contaminación ambiental para comprender la magnitud de los problemas relacionados con la electricidad, que deben ser comprendidos, analizados, estudiados a fin de aplicar medidas de solución. Pero no por esto, a priori, la luz eléctrica es condenada o despreciada; a nadie se le ocurriría prescindir de todo lo que funciona con electricidad a causa de los problemas con ella relacionados, sino que, partiendo de la realidad de su existencia y teniendo en cuenta sus bondades, hace falta conocer el fenómeno y regularlo desde su propia realidad intrínseca.
Todos quedamos asombrados de los fenómenos como You-Tube, Wikipedia, Google, pero esto no es sólo un fenómeno de "medios", ni tampoco una realidad de "contenidos", como estábamos acostumbrados a analizar hasta este momento. Medios y contenidos se funden en una realidad única, y así es vivida y utilizada por las nuevas generaciones. Para ellas no hay un planteamiento dualístico, ni hay un claro limite entre una cosa y la otra, sino que el contenido ya viene elaborado con la lógica y el lenguaje del medio que se usa. Esto plantea un desafío que no puede solamente ser analizado en sus aspectos negativos, sino que debe ser visto y aprovechado en sus aspectos positivos, completando sus carencias y corrigiendo sus errores.
Los medios son el "ambiente" en el cual el hombre de hoy se mueve, y en el cual el hombre del mañana se moverá de una manera mucho más profunda. Los medios son la ventana a través de la cual se mira el mundo y proporcionan la hermenéutica con la cual "interpreta" su ser y su vivir. Basta pensar en los jóvenes de hoy para los cuales, por ejemplo, la realidad de la amistad, que implica compartir tiempo, ideas, sentimientos, intereses, se amplía, sin conflictos internos, a toda la "realidad virtual". Ellos por medio de los canales de comunicación hacen de todo el mundo la propia realidad donde se mueven, de la cual toman los valores y en la cual también dejan su propia impronta.
Por ello, el Pontificio Consejo para la Cultura afirma: "los medios de comunicación social desempeñan en la cultura actual un papel fundamental. La imagen, la palabra, los gestos, la presencia son elementos que no se pueden descuidar en un proceso de evangelización que se inserta en la cultura de las comunidades y de los pueblos, aun cuando se haya de estar atento a no privilegiar la imagen en detrimento de la realidad y del contenido objetivo de la fe. Los enormes cambios que los medios de comunicación social operan en la vida de las personas, reclaman un compromiso pastoral adaptado..."[23]
b) Una "nueva cultura" a Evangelizar
Se debe partir de un presupuesto que es más que es evidente: la cultura actual está intrínsecamente marcada por los medios de comunicación social, que, superando un primer nivel de una "era tecnológica", llegan hoy a estructurar, desde la raíz, una era comunicacional, es decir, que la tecnología no se presenta como un mero instrumento para ayudarnos a realizar las cosas, la tecnología se ha incorporado y ha desarrollado una nueva manera de vivir y de relacionarnos.
Es fuerte, al respecto, la afirmación que hace Juan Pablo II en la Redemptoris Missio: "El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola -como suele decirse- en una "aldea global". Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia, que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales. Las nuevas generaciones, sobre todo, crecen en un mundo condicionado por estos medios. [...] Nuestro trabajo en ellos, sin embargo, no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio del Evangelio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo. No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta "nueva cultura" creada por la comunicación moderna. Es un problema complejo, ya que esta cultura nace, aun antes que de los contenidos, del hecho mismo de que existen nuevos modos de comunicar con nuevos lenguajes, nuevas técnicas, nuevos comportamientos psicológicos"[24].
Por su parte, y siempre con una mirada crítica sobre como la sociedad mediática actual crea nuevos espacios, Kevin Kelly (editor de la revista Wired magazine) afirmó: "En pasado fue muy fácil ignorar la tecnología porque no penetró en los espacios de nuestra vida a los que siempre estamos realmente obligados: nuestra red de amistades, el escribir, el pintar, el cultivar el arte y la cultura, las relaciones, la identidad, las asociaciones cívicas, la naturaleza del trabajo, la adquisición de bienestar, el poder. Pero hoy la constante aplicación de la tecnología en la red de las comunicaciones y los transportes tiene completamente sumergidas estas áreas sociales. Nuestro espacio social ha sido invadido por el telégrafo, el fonógrafo, el teléfono, la fotografía, la televisión, el avión y el automóvil; luego el ordenador, Internet, y ahora la red. Ya la tecnología es no exterior, ajena, periférica; hoy está al centro de nuestra vida"[25].
Este cambio tecnológico y, sobre todo, comunicativo indica un verdadero vuelco en muchas áreas de la vida humana: sociales, económicas, científicas, culturales, que ha producido un cambio esencial en los goznes mismos de la sociedad, en particular en los relacionales[26].
Esto comporta a nivel social una consiguiente nueva marginación, nuevas capas sociales, se habla de "info-pobres" y "info-ricos", nuevas configuraciones y "mapas" de las relaciones: el digital divide o brecha digital[27].
La configuración social debe pensarse "en clave relacional": "Los medios de comunicación ya no son una pantalla que se mira, una radio que se escucha. Son una atmósfera, un entorno en el que uno se ha hundido, que nos envuelve y nos penetra de cada lado. Nosotros estamos en este mundo de sonidos, de imágenes, de colores, de impulsos y de vibraciones como el hombre primitivo estaba sumergido en la selva, como un pez en el agua. Es nuestro entorno, los medios de comunicación son un nuevo modo de estar vivos" afirmaba el Cardenal Martini[28].
Este nuevo modo de ser supone un fuerte desafío de carácter antropológico y, con él, las consecuentes comparaciones con las realidades tradicionales de la familia, de la Iglesia, de la escuela, de la comunidad, de la amistad, del empeño socio-político. Todas las realidades inmediatamente relacionadas con las anteriores (reales), se vuelven también indirectas (virtuales), es decir, espacios relacionales, escenarios comunicativos, entornos vitales; en otras claves, podría decirse entonces que la comunicación, en cuanto relación, determina aspectos nuevos del desarrollo de nuestro ser y de nuestra manera de existir, se suma a la realidad real la realidad virtual, no como una realidad extraña a nuestra vida.
Una reflexión sobre la cultura nos lleva a pensar sobre la necesaria mutación provocada por los medios de comunicación[29]: "La sociedad, pues, se presenta cada vez más ‘a subsistencia informativa'"[30].
La proliferación pues de códigos electrónicos y la visión global nos pone delante de un nuevo tipo de hombre. En efecto, el lenguaje de la palabra queda muy corto frente a los nuevos lenguajes y códigos "multimediales", que implican todos los sentidos y son "universalmente" comprensibles.
La Iglesia se encuentra frente a un nuevo desafío, que no puede ser ignorado, porque hoy estamos inmersos no sólo en los tradicionales medios de comunicación - radio, televisión, Internet - sino en una nueva generación de medios que incorporan los medios tradicionales, los entrelazan y potencian su acción, tanto en su alcance a todo tipo de personas - incluso aquellas que hasta ahora estaban fuera del ámbito de su influencia -, como en su capacidad para involucrar lo más profundo del hombre, generando así una globalización cultural. Por esto la sociedad necesita aprender a interpretar y "vivir" la era de la comunicación.
c) El sacerdote y el sacerdocio en la era digital
Cuanto hemos analizado hasta aquí, como nos dice el Papa en el mensaje de este año para las Jornadas de la comunicaciones Sociales: "pone en primer plano la reflexión sobre un ámbito pastoral vasto y delicado como es el de la comunicación y el mundo digital, ofreciendo al sacerdote nuevas posibilidades de realizar su particular servicio a la Palabra y de la Palabra".
Pero en primer termino, estas posibilidades se presentan como un "desafío", en segundo termino, como una "misión".
Para comprender que las tecnologías de la comunicación son una "posibilidad" en el ministerio, hace falta reconocer que, verdaderamente, "el mundo digital, ofreciendo medios que permiten una capacidad de expresión casi ilimitada, abre importantes perspectivas" y por tanto "la responsabilidad del anuncio no solamente aumenta, sino que se hace más acuciante y reclama un compromiso más intenso y eficaz", afirma el Papa.
El mundo ha cambiado y, sobre todo las nuevas generaciones, han cambiado de manera muy profunda la lógica del pensamiento y la manera de relacionarse. Decía el Papa en el mensaje para las jornadas de Comunicación del año pasado: "las nuevas tecnologías digitales están provocando hondas transformaciones en los modelos de comunicación y en las relaciones humanas". Por lo tanto es importante darse cuenta que estar presentes en la era digital, en la cultura digital, en el mundo digital, no significa simplemente tener una web, usar una computadora, sino comprender la lógica de la comunicación de las personas de esta nueva cultura, y con esa lógica y en esa cultura. "Los jóvenes especialmente se han dado cuenta del enorme potencial de los nuevos medios para facilitar la conexión, la comunicación y la comprensión entre las personas y las comunidades, y los utilizan para estar en contacto con sus amigos, para encontrar nuevas amistades, para crear comunidades y redes, para buscar información y noticias, para compartir sus ideas y opiniones" continuaba Benedicto XVI.
Por esto las "posibilidades" de las nuevas tecnologías de comunicación nos abren el horizonte de la "misión" "En los primeros tiempos de la Iglesia,(dice el Santo Padre) los Apóstoles y sus discípulos llevaron la Buena Noticia de Jesús al mundo grecorromano. Así como entonces la evangelización, para dar fruto, tuvo necesidad de una atenta comprensión de la cultura y de las costumbres de aquellos pueblos paganos, con el fin de tocar su mente y su corazón, así también ahora". Es decir, como a los Apóstoles, a los sacerdotes se nos presenta un "nuevo mundo a Evangelizar" y por lo tanto, nosotros, como ellos, tenemos "necesidad de una atenta comprensión de la cultura y de las costumbres ... con el fin de tocar su mente y su corazón". Por lo tanto no estamos hablando simplemente de aprender a manejar "una maquina de afeitar nueva, un ventilador nuevo" un algo que nos ayuda a hacer mejor lo que hacíamos sin necesidad de un esfuerzo de nuestra parte, especialmente un esfuerzo de lograr una nueva síntesis cultural...estos no son "medios para hacer más sencilla la actividad que hacíamos", son medios que "hacen distinto aquello que hacíamos". Hoy, los "amigos de todos los días" no sólo son los que nos encontramos físicamente, sino también aquellos que encontramos virtualmente (independientemente de donde se encuentren).
El Papa en estos mensajes nos habla de "generación digital", de "mundo digital", "tiempo digital", "continente digital"! Por lo tanto, si hay un nuevo mundo, una nueva generación, un nuevo tiempo, un nuevo continente... hay una nueva Evangelización! Y esto nos llama a ser conscientes que para un "nuevo mundo" hay que mandar misioneros, por lo tanto "misioneros de la era, de la cultura, del mundo, de la generación, del tiempo digital".
Esto implica, como lo fue siempre para todos los misioneros, aprender nuevas lenguas, nuevas costumbres, insertarse en nuevas culturas, tener que traducir el Evangelio para que fuese aprendido y vivido!
Por esto estas "posibilidades nuevas" de las que nos habla el Papa, son antes un desafío, porque si todo esto no viene entendido profundamente, y sólo damos un "barniz cultural" no podremos evangelizar el "nuevo mundo", y el Evangelio quedará fuera de él... De hecho, si no comprendemos que las nuevas tecnologías tienen sus propios lenguajes y sus propias metodologías, sus propias dinámicas y su propia lógica, nos encontramos con una simple transposición de contenidos de un medio al otro; por lo cual, sin usar el lenguaje propio el contenido no será comprendido y se perderá. La radio tiene recursos auditivos, la televisión agrega el mundo de la imagen, del color y el movimiento, Internet los agrupa a todos y les da interacción, inmediatez, universalidad, y les suprime su vinculación espacio-temporal. Pensar que "estar en Internet" es simplemente colocar la homilía del domingo, así como fue predicada, en una página de internet, a menos que sea un archivo de homilías, es no entender lo que es un nuevo lenguaje, y es ser limitadamente un verdaderamente "misionero" de un nuevo mundo. Con palabras del Papa: "A este respecto, el sacerdote se encuentra como al inicio de una «nueva historia»".
Y este desafío debe ser asumido de manera orgánica y sistemática, no como un hobby personal, al cual se deben dedicar los que tengan condiciones para ello, sino que debe convocarnos a todos y sistemáticamente, dentro de la formación permanente del sacerdote y, mas aún, dentro la preparación del seminarista al ministerio sacerdotal.
Además, no se debe tratar simplemente de una formación tecnico-práctica, que llevaría a "usar mejor la afeitadora", sino que se trata, en primer lugar, de penetrar el misterio teológico de cuanto comprende la Comunicación, que no toma su definición de las ciencias de la comunicación sino de la ciencia de Dios, uno y trino, que es comunión y se comunica al hombre! Así, con un camino teológico sólido debe pasarse a la ciencia antropológica, para comprender cuanto significa para el hombre comunicarse, pues, es en la relación donde el hombre, no sólo puede vivir y aprender, sino que se plenifica como tal, en la comunicación con Dios y con los semejantes. Con estas bases sólidas no hay peligro de sumergirse en el mundo de lo que es la comunicación humana y sus ciencias específicas. "El sacerdote... ha de unir el uso oportuno y competente de tales medios -adquirido también en el período de formación- con una sólida preparación teológica y una honda espiritualidad sacerdotal, alimentada por su constante diálogo con el Señor." , nos dice el Santo Padre.
Es un verdadero desafío para nosotros los sacerdotes este cambio cultural, pero no nos podemos echar atrás, porque siendo la comunicación la esencia del cambio cultural y siendo también la comunicación la esencia de la Iglesia, que nace de un acto comunicativo de Dios y tiene como Misión comunicar la Vida y la Gracia divina, el sacerdote se ve llamado esencialmente a entrar de lleno en esta dinámica de la nueva cultura, la generación digital. Por eso el Papa pide "a los presbíteros la capacidad de participar en el mundo digital en constante fidelidad al mensaje del Evangelio, para ejercer su papel de animadores de comunidades que se expresan cada vez más a través de las muchas «voces» surgidas en el mundo digital".
Ciertamente no faltan los riesgos presentes en la red! Por eso, mas que nunca, urge la formación de la persona integralmente, y de manera especial la formación clara y específica del uso consciente y responsable de su libertad, porque no son los firewalls y los filtros los que deben hacer la historia del hombre (aunque puedan ayudar), sino la decisión y elección de la libertad llevada adelante a lo largo de la vida con sacrificio, perseverancia y amor!
Por esto el Papa nos dice "en el contacto con el mundo digital, el presbítero debe trasparentar, más que la mano de un simple usuario de los medios, su corazón de consagrado que da alma no sólo al compromiso pastoral que le es propio, sino al continuo flujo comunicativo de la «red».", porque es necesario no sólo usar y estar presentes, sino enseñar a vivir en clave cristiana los nuevos procesos comunicativos y relacionales introducidos en el mundo por las tecnologías digitales.
Muchas veces sentimos preguntar "porqué los curas tienen que ocuparse de estas cosas" (pregunta que, sobre todo, se hacía en los inicios de la expanción de internet y el desarrollo masivo de las tecnologías de la comunicación). El Papa en el mensaje de este año da una respuesta tanto precisa como desafiante: "¿Quién mejor que un hombre de Dios puede desarrollar y poner en práctica, a través de la propia competencia en el campo de los nuevos medios digitales, una pastoral que haga vivo y actual a Dios en la realidad de hoy? ¿Quién mejor que él para presentar la sabiduría religiosa del pasado como una riqueza a la que recurrir para vivir dignamente el hoy y construir adecuadamente el futuro? Quien trabaja como consagrado en los medios, tiene la tarea de allanar el camino a nuevos encuentros, asegurando siempre la calidad del contacto humano y la atención a las personas y a sus auténticas necesidades espirituales. Le corresponde ofrecer a quienes viven éste nuestro tiempo «digital» los signos necesarios para reconocer al Señor; darles la oportunidad de educarse para la espera y la esperanza, y de acercarse a la Palabra de Dios que salva y favorece el desarrollo humano integral."
d) La propuesta de la Congregación para el Clero
En el marco de la necesidad/posibilidad de entrar en la dinámica de la "cultura digital" y poder aprovechar los beneficios que las nuevas tecnologías de la comunicación ofrece a la vida cotidiana de la Iglesia, en medio de tantos grandes e importantes proyectos, hay uno, llamado CLERUS, dedicado a los sacerdotes realizado por la Congregación para el Clero, que es el organismo de la Santa Sede que se ocupa de todo lo referido a los sacerdotes y diáconos del mundo.
Esta Congregación, en su empeño de promover la formación permanente de los clérigos, ha realizado un sistema informático que contiene una pluralidad de subsidios para un más fructuoso ejercicio del ministerio sacerdotal, diaconal y catequístico, para ofrecer un fácil acceso a un considerable patrimonio doctrinal, magisterial de la Iglesia y teológico, para el estudio permanente y para una más atenta y decorosa predicación de la Palabra de Dios, además de una mayor preparación en la enseñanza de la catequesis. Se ha puesto particular empeño para que estos subsidios también puedan alcanzar a los clérigos que no tienen posibilidad de acceso a materiales para su formación.
Ante todo hay que aclarar que CLERUS no es simplemente un sitio internet, sino un conjunto de proyectos, concadenados entre ellos, que han tenido en cuenta de las necesidades presentada por los Obispos en sus visitasAd Limina Apostolorum, y de lo que surgió del contacto personal, sea con los Obispos que con los sacerdotes.
El estudio de estas exigencias, los datos estadísticos de la situación cultural-económico-tecnológica mundial, las posibilidades estratégicas del Santa Sede/Congregazione para el Clero ante el mundo, han permitido desarrollar estos proyectos-servicios que han alcanzado los cinco continentes. Esta familia de proyectos/servicios CLERUS esta formado por:
1 - Sitios Internet www.clerus.org / www.clerus.net / wap.clerus.net
2 - Proyecto "Missio", que hace disponible www.clerus.org para ser consultado por correo electrónico
3 - El "Smart Cd" que hace disponible www.clerus.org en CDRom
4 - Sitio Internet www.bibliaclerus.org
5 - CD "Biblia Clerus" que hace disponible www.bibliaclerus.org en CDRom
6 - Mailing list (listas de distribución)
7 - Teleconferencias teológicas con los cinco continentes
8 - Newsgroups
9 - E-learning, que hace disponible la escuela Sacrum Ministerium on line
11 - Sitio Internet www.annussacerdotalis.org que lleva adelante la iniciativa del Año Sacerdotal.
Asi, el sistema CLERUS se presenta como un instrumento importante para la formación de los sacerdotes y diáconos, especialmente para quienes no tiene otros medios para consultar grandes bibliotecas. Allí se encuentran: el magisterio del Papa, homilías del Prefecto, documentos, relacionados con el ministerio sacerdotal y diaconal; pero también se ofrece una amplia biblioteca electrónica dónde se encuentran muchas áreas como liturgia, derecho, hagiografía, oración, omiletica, etcétera.
El sitio y el CD BIBLIACLERUS contienen el texto bíblico en diversas lenguas, 12 versiones bíblicas - libres de derechos - y están enriquecidos con las obras completas de 11 de los 33 doctores de la Iglesia, de Sant'Agostino a Santa Teresa del Niño Jesús. El programa está orientado hacia la predicación, por este motivo en cada citación bíblica es posible descubrir una de las categorías del esquema cuatripartido del Catecismo de la Iglesia Católica, comentarios místicos, morales, dogmáticos, etc.
b. Mailing list
- Con el objetivo de establecer un contacto con los sacerdotes y diáconos para que puedan recibir nuestros servicios, se han creado las "listas de distribución", que son listas de direcciones mail, divididas por lenguas, a los que los usuarios se apuntan para recibir tanto materiales de formación como información.
- Al momento tenemos:
+ 20.275 sacerdotes y diáconos
+ 2.503 Obispos
+ 2.544 Diócesis y otros
+ 109 Nunciaturas
+ 66 Conferencias Episcopales
Todas las listas están divididas en lenguas: Italiano, inglés, francés, español, potugués y alemán
El entero proyecto CLERUS involucra la entera Congregación para el Clero, vale decir que no es solamente la tarea de la Oficina informática, quien coordina los proyectos, sino que es una tarea emprendida por el entero Dicasterio y se realiza dentro del trabajo cotidiano.
Los Superiores han encargado algunos oficiales como responsables del contenido del sitio para las diversa lenguas, pero es cura de los mismos superiores trazar la dirección fundamental que tienen que tener en general los sitios, como cada lengua en particular. En esta manera cada lengua tiene una vida independiente en cuánto al contenido, dependiendo del material que se puede tener a disposición con los correspondientes derechos de autor. Por lo tanto, el contenido no es siempre en paralelo, excepto las cosas fundamentales que se realizan traducciones oficiales, sobre todo en lo que concierne a los documentos del Magisterio.
Es tarea de los superiores la relación con las editoriales, las universidades y los muchos autores que colaboran con el contenido, de manera de poder realizar los necesarios convenios y acuerdos para encontrar un material adecuado, de calidad y con los derechos a autor que hacen falta para la publicación.
El interés principal del actual prefecto, El cardenal Cláudio Hummes, es la Misión, por eso quiere que estos sitios www.clerus.org, www.bibliaclerus.org y www.annussacerdotalis.org puedan alcanzar cuánto más presbiterios posible, dando una nueva dinámica en la presentación del contenido y en el contenido mismo, de manera de hacer revivir y estimular en el sacerdote el aspecto misionero, proponiendo e invitando los presbíteros a leer, profundizar, y así formarse, para llevar adelante la misión.
3- Conclusión:
La "era digital", con su consecuente cambio de paradigma, esencialmente comunicacional, y definido estructuralmente por el "cambio", nos pone delante tres grandes desafíos[31]:
- el primero, la toma de conciencia y la asunción de la realidad del cambio cultural, con su nueva lógica, sus potencias y sus limites[32]
- el segundo, un mayor aprovechamiento y estudio interdisciplinar (que ponga sus bases en la teología) del núcleo de esta nueva cultura que es la comunicación. Esta es, en definitiva, profundamente cristiana[33], no sólo porque la Iglesia nace de un acto comunicativo de Dios, que da la Vida y da la Gracia, sino porque la misma Encarnación del Verbo es el acto intrínsecamente comunicativo de Dios. En Jesús, Dios habla, y es éste el prototipo de la comunicación humana, porque es comunicación, que nace de la Comunión Divina y tiende a la Comunión Divina
- el tercer desafío es la misión[34]. Si la característica de la cultura contemporánea se presenta como "era de cambio", y en el cambio encuentra la sinergía del crecimiento y su propia fecundidad - y también su límite! -, entonces debemos aceptar que la realidad del hombre (en el presente y cada vez más en el futuro) es "nómada". El perfil del hombre contemporáneo ya no es más "sedentario" y su "geografía psicológica" ha cambiado profundamente, lo cual implica que el esquema "suenan las campanas y los fieles vienen a la iglesia" cada vez más queda "fuera de época", no porque no se deban tocar las campanas, sino porque hoy éstas siguen sonando pero los fieles ya no vienen tanto a Misa (incluso en algunos lugares las iglesias ya no pueden tocar sus campanas para no molestar los edificios que se han realizado en su zona!). Por lo tanto, hay un llamado fundamental al mandato original: Vayan y anuncien el Evangelio (Mc 16,15). Esto implica de nuestra parte conocer el mundo hacia el cual debemos, conocer el hombre que hoy debe recibir el mensaje. Éste, el Mensaje, permanece siempre idéntico ya que es el Mensaje de la Vida y de la Salvación, pero el hombre ha cambiado, su lenguaje ha cambiado, su pensamiento ha cambiado, su habitat ha cambiado, por ello estamos convocados a "...una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión"[35]. El elemento "cambio" que le da el impulso "hacia adelante", no carece de graves inconvenientes, porque en una realidad en permanente estado de mutación se pone en riesgo el valor perenne de la Verdad Revelada y de la intrínseca naturaleza del hombre. Pero estos graves inconvenientes del cambio no se resuelven ignorando su existencia o condenándolos a priori, sino Evangelizándolos: Vayan y anuncien!. Esto implica que entrar en la era digital, como dijimos, significa mucho más que "tener una computadora", tener una página en Internet, o una radio o un canal de televisión, significa conocer, asumir la cultura y "trasmitir" (tradere) el Mensaje de siempre al hombre de hoy, respondiendo a sus preguntas[36] e iluminando su existencia con un Mensaje, que no sólo es de conocimiento de la Verdad, sino que es la comunicación del Amor del Padre!
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[1] Cfr. De Kerckhove, D., La piel de la cultura: investigando la nueva realidad electrónica, Gedisa Editorial. Barcelona, 1995.
[2] Cfr. Gaudium et spes 22.
[3] Cfr. Benedicto XVI, Discurso del Papa a un congreso organizado por el Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, 23 de mayo de 2008, http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/may/documents/hf_ben-xvi_spe_20080523_pccs_sp.html
[4] Cfr. Viloria Rendón, O., Análisis del entorno: un tiempo de cambios, en «Revista venezolana de análisis de coyuntura», enero-junio, año/vol. XI, número 001, Universidad Central de Venezuela, Caracas, Venezuela, 2005, pp. 11-36.
[5] Cfr. Owen, H., El Espíritu del liderazgo, Oxford University Press, México, 2001.
[6] Cfr.Schumpeter, J., La respuesta creadora en la historia económica, Editorial Oikos-Tau, Barcelona (1968).
[7] Cfr. Deming, E., La Nueva Economía para la industria, el gobierno y la educación, Ediciones Días de Santos, Madrid, 1998.
[8] Cfr. Drucker, M., La sociedad poscapitalista, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1999.
[9] "Los medios de comunicación tienen la capacidad de pesar no sólo sobre los modos de pensar, sino también sobre los contenidos del pensamiento. Para muchas personas la realidad corresponde a lo que los medios de comunicación definen como tal; lo que los medios de comunicación no reconocen explícitamente parece insignificante". Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Instrucción pastoral Aetatis novae, 1992, n. 4.
[10] Cfr. Galvan, J. M., El nacimiento de la tecnoetica, Roma 2001,
www.usc.urbe.it/ html/php/galvan/indextecnoet
[11] Cfr. Delgado, B., Nuevos medios, nueva sociedad. La incidencia de la comunicación publicitaria, en «Retos de la sociedad de la información», Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca, 1997, pp. 121-142.
[12] Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Iglesia & Informática. Congreso Continental. Monterrey (México), EDICE - Conferencia Episcopal Española, 2004.
[13] "Porque el ‘mensaje' de un medium o una tecnología está en el cambio de proporciones, de ritmo o de esquemas que introduce en las relaciones humanas. [...] ‘El medium es el mensaje', porque es el medium que controla y plasma las proporciones y la forma de la asociación y la acción humana. Los contenidos, en cambio, de estos medios de comunicación pueden ser diferentes, pero no tienen alguna influencia sobre las formas de la asociación humana". McLuhan, M., Los instrumentos del comunicar, CDE, Milán 1997, pp. 16-17; cfr. McLuhan, M., La luz y el medio. Reflexiones sobre la religión, Armando Editor, Roma 2002; Granados G. M., La cultura digital: posibilidades, fracturas. Ética en el comunicación, en PCCS, Iglesia e informática, op. cit., pp. 55-88; Galvan, J. M., La comunicación entre fe y cultura, en «Era mediática y nueva evangelización» a cura de Stenico, T., LEV, Vaticano 2001, pp. 204-226.
[14] Es abundante la bibliografía sobre el análisis de los cambios provocados en el mundo por desarrollo de la tecnología, especialmente aquel al servicio de la comunicación, y no solamente limitadamente al ámbito del medios de comunicación. Cfr. Soukup, P., Communication and theology: introduction and review of the literature, Avon Litho Ltd., Stratford-upon-Avon, Warwickshire, 1991; Recent work en communication and theology: a guide for the CICS, en «Cross Connections. Interdisciplinary Communications Studies at the Gregorian University» por Srampickal, J. - Maza, G. -Baugh, L., PUG, Roma 2006.
[15] "Una revolución que, modificando el modo de comunicar, acaba también por invertir el modo de pensar y de vivir, induciendo reales cambios antropológicos, sociales y culturales, tanto de legitimar la reflexión sobre una real ‘cultura informática' como factor de pasaje de la era moderna a aquella post-moderna". Panteghini, G.,Messaggio cristiano e cultura informatica, en «Credere oggi » 86 (2/1995), p. 97.
[16] Cfr. Conferenza Episcopale Italiana (CEI), Comunicazione e missione. Direttorio sulle comunicazioni sociali nella missione della Chiesa, LEV, Vaticano 2004.
[17] Bressan, L., La Chiesa come struttura comunicativa, en «Credere oggi» 144 (6/2004), p. 25.
[18] Cfr. Iribarren, J., El derecho a la verdad. Doctrina de la Iglesia sobre prensa, radio y televisión (1831-1968), BAC, Madrid 1968; Metzinger, L., Le Cinema au service de l'Evangelization et du Development, in «Filmis», OCIC (Organizazzione Cattolica Internazionale del Cinema), Roma 1969, p. 22, cit. en Teología y comunicación en los documentos de la Iglesia, en «Iglesia y medios de comunicación social. El Magisterio de la Iglesia Católica. Actas del Congreso Internacional (Murcia, 20 y 21 de octubre de 2000, Auditorio y Centro de Congresos Región de Murcia)», a cura di Navarro Ibáñez, P., Universidad Católica San Antonio (Murcia) y Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Murcia 2002, p. 59.
[19] Corgnali, D., Le nuove frontiere della comunicazione, en «Credere oggi» 86 (2/1995), p. 5.
[20] Cfr. Juan Pablo II, Mensaje para la XXIV Jornada Mundial de las comunicaciones Sociales, 24-1-1990.
[21] Cfr. Pontificio Consejo para la Cultura, ¿Dónde está tu Dios? La fe cristiana ante la indiferencia religiosa, Documento conclusivo de la Asamblea Plenaria del 2004, n. II , Proposiciones Concretas.
[22] Cfr. Saint-Exupéry, A., Terra degli uomini, Mursia, Milano 2000, pp. 53-54.
[23] Pontificio Consejo para la Cultura, ¿Dónde está tu Dios?, op. cit., Proposiciones Concretas, 2.1.
[24] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Missio, 7-12-1990, en EV 12 547-732, 37 c.
[25] Kelly, K., Nuove regole per un nuovo mondo, Ponte alle Grazie, Milano 1999, p. 46.
[26] "Pero mientras este discernimiento se entrena y mientras se busca el modo más adecuado de comunicar el Evangelio al hombre de nuestro tiempo, la atención contextual del teólogo no puede no interrogarse en orden a la profundidad del cambio cultural que se produce en el horizonte mediático contemporáneo, también a causa del estallido comunicativo que no sólo el occidente está viviendo. Las implicaciones gnoseológicas, antropológicas, éticas de este tránsito cultural no parecen indiferentes o irrelevantes al saber de la fe". Lorizio, P., Teologia e comunicazione, en «Era mediatica e nuova Evangelizzazione», por Stenico, T., LEV, Vaticano 2001, p. 213.
[27] Cfr. Saporito, P.P., Líneas para un plano de acción, en «Infopoverty: possible solutions», por Castelli Fusconi, C. - Giagnotti Tedone, F. , Vita e Pensiero, Milano 2002, pp. 131-132; Cfr. Petrella, R., Il "digital divide": analisi e proposte, en «Internet e l'esperienza religiosa in rete», por Arnoldi, P. - Scifo, B., Vita e Pensiero, Milano 2002.
[28] Martini, C. M., Il lembo del mantello. Per un incontro tra Chiesa e mass media. Lettera pastorale per l'anno 1991-1992, Centro Ambrosiano, Milano 1991, p. 11.
[29] "Lo que saben y piensan los hombres y mujeres de nuestro tiempo está condicionado, en parte, por los medios de comunicación; la experiencia humana como tal ha llegado a ser una experiencia de los medios de comunicación". Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Instrucción pastoral Aetatis novae, 22-2-1992, n. 2.
[30] Corgnali, D., Le nuove frontiere della comunicazione, op. cit., p. 9.
[31] Como el mundo contemporáneo, el mundo de los medios de comunicación, incluyendo Internet, ha sido conducido por Cristo, de manera incipiente pero verdadera, dentro de los límites del Reino de Dios y puesto al servicio de la Palabra de Salvación. Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Etica en Internet, 18.
[32] "El uso que la gente hace de los medios de comunicación social puede producir efectos positivos o negativos. Aunque se dice comúnmente -y lo diremos a menudo aquí- que en los medios de comunicación social « cabe de todo », no son fuerzas ciegas de la naturaleza fuera del control del hombre. Porque aun cuando los actos de comunicación tienen a menudo consecuencias no pretendidas, la gente elige usar los medios de comunicación con fines buenos o malos, de un modo bueno o malo". Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Etica en las comunicaciones sociales (2000), n.1; cfr. Pornografía y violencia en las Comunicaciones Sociales. Una respuesta pastoral (1989).
[33] "¿La ‘comunicación' es un tema teológico? [...] Si la ‘comunicación', en efecto, expresa solamente una de las muchas tareas eclesiales y no un aspecto de la Iglesia misma, él buscará en vano el objeto en la teología. Pero, en cambio, la comunicación no expresa solamente un ámbito del la praxis eclesial: es una dimensión del ser y el actuar de la Iglesia misma. No hay nada en la Iglesia que se pueda excluir a una elaboración teorético-teológica desarrollada dentro de esta perspectiva. [...] Se podrá comprender la importancia del tema de la comunicación sólo si será claro que la Iglesia no ‘mantiene relaciones' ni ‘produce efectos' solamente cuando a éstos están en sus intenciones. Su ‘actuar comunicativo' queda definido a través del ‘efecto comunicativo', el cual debe ser reconocido en cada comportamiento humano. Es pues imposible no comunicar. Watzlawick formula, así, el siguiente axioma metacomunicativo: ‘Actuar o no actuar, la palabra o el silencio tienen siempre un carácter comunicativo'. Parece que hasta ahora la Iglesia no haya logrado entrever el carácter ineluctable de esta comunicación permanente". Bartholomäus, W., La comunicazione nella Chiesa. Aspetti di un tema teologico, en «Concilium» (1/1978), p. 165.
[34] cfr. Documento Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe,Discípulos y Misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida, Aparecida 13-31 de Mayo del 2007.
[35] Juan Pablo II, Discurso a la asamblea del CELAM, Port-au-Prince, Haití, 9 de marzo de 1983.
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CÓMO REDESCUBRIR LA VOCACIÓNEntrevista a Stefano Fontana, director del Observatorio “Cardenal Van Thuan”
ROMA, jueves 4 de marzo de 2010
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Para muchos jóvenes de hoy, la vocación es algo que afecta sólo a los que quieren ser sacerdotes.
La aspiración a realizar en el trabajo y en la vida los propios ideales y las propias expectativas se ve ahogada por el crudo materialismo, por la percepción de que la única conexión con la realidad es la que dicta el cinismo y la velocidad supersónica en la que se consumen relaciones, amistades, productos y juegos.
Además está más bien lejos la idea de que al decidir el futuro de cada uno haya alguna indicación del Creador.
Para explicar el sentido de la vocación y de la espera, el director del Observatorio Internacional “Cardenal Van Thuan” sobre Doctrina Social de la Iglesia (http://www.vanthuanobservatory.org/), Stefano Fontana, acaba de publicar el ensayo Parola e comunità politica(ediciones Cantagalli).
Al presentar el libro, Fontana, que también es consultor del Consejo Pontificio “Justicia y Paz”, escribe que la “crisis de la vocación es muy preocupante” porque inhibe “la convivencia: la acogida, la gratitud, la gratuidad”.
Hablando del ensayo, Fontana explica que “el objetivo de este libro es señalar el camino para una inversión de tendencia, porque la persona sorda a la vocación ya no sabe a dónde ir”.
Para intentar comprender el sentido profundo de la vocación de cada uno y por qué la sociedad moderna parece querer prescindir de Dios, ZENIT ha entrevistado a Stefano Fontana.
- ¿Qué es la vocación?
Stefano Fontana: La vocación es una llamada, una palabra que nos viene al encuentro, pidiéndonos una adhesión.
Comunicándose, la vocación nos atrae y nos invita a constituirnos en nuestra identidad. En la respuesta al sentido que nos interpela, nos constituimos en nuestro propio sentido.
Cuando encontramos un sentido que no hemos producido, estamos ante una palabra que nos es dirigida, una llamada, una vocación. La vocación es la manifestación de lo incondicional.
- En el libro que acaba de publicarse, usted sostiene que la falta de vocaciones impide el desarrollo humano, limita la convivencia social y política, y penaliza el tener una familia y el compromiso solidario en el trabajo y en las relaciones con los demás. ¿Por qué?
Stefano Fontana: El fenómeno más preocupante de nuestros días es la dificultad para leer en las cosas y en nuestra vida una palabra sobre nosotros, una llamada.
Cuesta ver en la persona amada una vocación. El matrimonio y la familia son vistos cada vez más como elecciones y convenciones, y no como realidad que contiene una propuesta de sentido importante para nuestra humanidad, una belleza que nos atrae y nos apasiona.
En la misma naturaleza nuestra de personas humanas cuesta encontrar una lectura sobre cómo debemos ser, la indicación de un camino a recorrer.
Ser persona y ser esta persona, ¿representan todavía una vocación ante el subjetivismo y ante una cultura que querría englobar en sí misma la naturaleza?
Muchos hoy no ven en la identidad sexual una vocación, sino una elección. Tener una humanidad determinada sexualmente ya no es algo que nos hable y nos comunique un proyecto, sino una construcción nuestra.
Todo nuestro físico se tiene muy en cuenta en la sociedad del bienestar, pero como algo a plasmar, planificar, derrumbar y reconstruir, mostrar, no como vocación a valorar.
El pudor nace de la percepción de que el cuerpo es palabra, pero nuestro cuerpo ya casi no tiene nada que decirnos, la primera y la última palabra sobre él presumimos de encontrarlas en las cremas y en las pastillas, en los gimnasios y en el bisturí, en la silicona y en los escotes.
También el entorno natural que está ante nosotros -la naturaleza en el sentido naturalista de la palabra- se ve sobre todo como un conjunto de objetos funcionales.
Ya no es lo “creado” discurso del Logos creador, palabra que actúa, con un mensaje que comunicar.
- Vivimos en una sociedad que exagera la exaltación del ego. Parece que para conseguir la felicidad, hay que tener un poder total sobre la realidad y sobre las cosas, poder disponer de las personas y de sus cuerpos, realizar el pleno y total hedonismo. ¿Son quizás estos motivos los que han llevado al ofuscamiento de la vocación y llevan a desesperarse a los que no ya no encuentran sentido a la vida?
Stefano Fontana: La crisis de la vocación es muy preocupante, también en términos sociales y políticos, porque inhibe tres actitudes esenciales para la convivencia: la acogida, la gratitud y la gratuidad.
La primera es la acogida. La crisis demográfica que afecta a muchos países y les debilita moralmente antes que económicamente se debe a este difusa dificultad para acoger.
Las leyes sobre el “suicidio asistido” denuncian una carencia de acogida de la vida misma.
El multiculturalismo y su fracaso muestran que la tolerancia indiferente no es verdadera acogida.
Por otra parte, la acogida del otro nos resulta imposible sin la idea de acoger nosotros mismos y la experiencia de haber sido acogidos.
La segunda es la gratitud. Si las personas y las experiencias no nos hablan, no nos descubriremos deudores y nos resultará realmente costoso estar agradecidos por haberlas encontrado.
Nuestra familia, nuestra cultura, nuestro ser hombre o mujer, tener hijos, trabajar, proceder de una historia, haber recibido la vida,... todo esto puede ser objeto de gratitud si encontramos una herencia de palabras dichas, una revelación de sentido que de alguna manera nos ha dado la luz.
De lo contrario, está el rechazo y la negación de todo esto, o además la vergüenza u odio por haber sufrido una serie de imposiciones y violencia, o incluso la retractación o la apostasía de sí mismos y del propio pasado.
Nuestra misma identidad puede no ser vivida con gratitud. Occidente parece particularmente afectado hoy por este síndrome de la vergüenza de sí mismo y de la ingratitud.
Si no sentimos gratitud hacia los que nos han transmitido determinados valores, no sentimos el deber de transmitirlos.
La carencia de gratitud rompe la continuidad entre las generaciones y produce la “emergencia educativa”.
La tercera es la gratuidad. La vocación nos es dada como regalo. Perder el sentido de la vocación significa perder el sentido del don y pensar que el sentido está siempre y sólo producido por nosotros.
Si mi pasado, mi naturaleza y los demás no me hablan, significa que su sentido lo establezco yo, o nosotros, si nos referimos a las estructuras culturales o sociales.
Gratuito es lo que se acoge simplemente como gracia, hacia lo que se muestra gratitud por haberlo podido acoger.
La vocación comporta todo esto porque no es una “palabra que pronunciamos nosotros”, sino una “palabra pronunciada sobre nosotros”. Por tanto, una palabra dada.
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